Jet lag, se dice del desajuste fisiológico que sufre nuestro organismo cuando realizamos un viaje entre diferentes franjas horarias. Cuando más pronunciado es la diferencia, mayor es el ajuste y logicamente mayores también los inconvenientes.
A lo largo de estos años he pasado por este proceso en no menos de 40 ocasiones y he de decir que en general me readapto con cierta facilidad a la hora de destino. Sin embargo en este ocasión la cosa no esta yendo muy allá, tanto es así que ahora mismo os escribo desde un armario con la luz apagada. Me explico, estamos en casa de mis suegros en Birmingham y como el resto de la familia esta durmiendo en sus habitaciones no nos quedan muchas opciones, las zonas comunes interiores molestarían a los que están descansando, el sótano es un tanto frío porque no tiene calefacción, y nuestro armario es un vestidor más o menos amplio adyacente a nuestro dormitorio y el baño, así que aquí estamos como un amante agazapo ante el regreso sorpresivo del astado cónyuge.
La mayor responsable de este “encierro” esta sentada a mi lado viendo una película de Dora la exploradora en su dvd portátil. Mide unos 70 centimetros, peso como 13 kg, pelo castaño (un español diría rubio), grandes ojos marrones y la misma carita que su abuela y su tío el MIky. En lo del jet lag sin embargo, Sophia ha salido a su madre que suele sufrir mucho los efectos del desajuste. Mi niña lleva toda la semana despertándose entre las 3 y 4 de la mañana, como yo estoy en proceso de reajuste me cuesta menos a mi levantarme con ella que hacer a Jamie sentarse aquí con ella, además, ella trabajó lunes y martes con lo que no hubiera sido justo colgarle el muerto y mandarla a currar sin dormir.
En resumen, espero que dentro de un rato podamos salir del armario en el sentido más literal de la expresión y nos echemos una siestecilla antes de iniciar el maratón alimenticio del Día de Acción de Gracias del que os hablaré en los siguientes posts.
jueves, 26 de noviembre de 2009
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